Antes y después del Alpe D’Huez
22:35Hace 39 años Colombia buscaba, una vez más, los caminos de la paz. Belisario Betancur Cuartas, entonces presidente de la nación, puso a volar por primera vez desde la Casa de Nariño la Paloma de la Paz que anidó en calles, paredes, ventanas, o en cualquier parque en el que su silueta se dibujó. En 1984 las palomas pintadas eran parte del paisaje nacional y representaban el proceso que pretendió acabar con el secuestro, la extorsión y el terrorismo por parte de grupos armados: las FARC-EP, el M-19, el EPL y el ADO. El siete de febrero se logró el primero de los acuerdos, con las FARC-EP, pero los incumplimientos, de lado y lado, no lograron poner fin a una guerra que ya es más larga que la de los Mil Días.
Por D.C.D.
Además, como si no fueran ya suficientes los ríos de sangre
que recorrían el país, aquel año Colombia despertó con otra guerra. En la noche
del 30 de abril, el entonces ministro de justicia, Rodrigo Lara Bonilla fue
asesinado por sicarios que obedecían órdenes del cartel de Medellín. Se inició
así un enfrentamiento que dejó 15 mil muertos, según cifras oficiales, entre
1984 y 1993, los nueve años del auge del cartel de Pablo Escobar.
Un ciclista, nacido en Fusagasugá, logró ese año lo que
parecía imposible: parar las balas y ganar una etapa en el Tour de Francia, la
carrera ciclística más importante del circuito mundial. En la ciudad y en el
monte, todos pegaron la oreja a un radio. El país se abrazó y respiró, por un
mes, la paz que firmó por esos días el M-19. Una paz que fue un espejismo.
Lo que no resultó una quimera fue el triunfo de aquel
ciclista de 23 años: Luis Alberto Herrera. Su camiseta, de tres colores (amarillo, azul y rojo) le habló al mundo de su alegre
país que se sumerguia en medio de las balas. El jardinerito, como también le decían,
dio el primer pedalazo mediático para Colombia en un deporte que sigue hablando bien del
país. Pero antes de esta hazaña, los escarabajos colombianos mordieron,
literalmente, mucho polvo.
ANTES
En los años 1950, cuando la vuelta a Colombia comenzó a
rodar, las orillas de las polvorientas carreteras del país se vieron invadidas
de campesinos que bajaban o subían de sus veredas para ver el paso de sus
paisanos trepados en un “juguete”, por entonces, propio de familias acomodadas de la ciudad. Y mientras los labradores comenzaron a
sentir admiración por los ciclistas, estos empezaron a descubrir y a mostrar el
país.
Pero a ninguno de ellos: campesinos, ciclistas o al más
optimista de los acompañantes del pelotón, se les debió pasar por la cabeza que
un ciclista colombiano lograría competir en el Tour de Francia, la más antigua
de las vueltas. Más atrevido era soñar con un hijo de estas tierras cruzando,
con las manos arriba, en una etapa francesa. Por eso cuando el 16 de julio de
1984 Lucho Herrera ganó en el mítico Alpe d’Huez, la historia de este deporte
en Colombia se partió en dos.
El camino a Europa no fue fácil. Correr el Tour de Francia
tuvo visos de imposible, un sueño alimentado por días de
carreteras polvorientas en los que el ciclismo se convirtió en tradición del
pueblo, de gente humilde, del campesino que soñaba con una bicicleta, aunque no
siempre para correr el circuito del pueblo. Se corría, y se corre, para ir al
trabajo o para ir a la escuela.
Antes de la primera hazaña en el Tour de Francia, antes de
esa etapa que terminó en el Alpe D’Huez, la Vuelta a Colombia fue la gran prueba esperada por los campesinos. La gran cita familiar de cada año en la que buscaban alguna loma cercana al trazado de la carrera, que habían escuchado en
la emisora Nuevo Mundo, para buscar lugar alrededor de un piquete y de unas cervezas,
esperando, con la paciencia que suelen vivir, hasta ver pasar al último del
pelotón que seguramente ya corría solo por honor, fuera del límite de tiempo.
Otros no resistían quedarse arriba, y casi rodando loma abajo, buscaron la orilla de la carretera. Había que alentar a los corredores, animarlos y si se podía, echarles agua para refrescarlos. Desde esas lomas, o de la orilla de alguna carretera, vieron a los ciclistas luchar por llegar de un lado a otro en medio del barro y de las piedras que antecedieron al asfalto.
Muchos de ellos tuvieron que correr con el peso añadido de su herramienta, pues las dificultades también las sufrían los pocos carros en los que viajaban
los mecánicos de la caravana. Viejas fotografías nos muestran a pedalistas con neumáticos de repuesto a sus espaldas.
La vuelta a Colombia nació en el año 1951 y con ella se
oficializó el ciclismo en nuestro país. Esa primera edición se corrió en plena
violencia bipartidista, entre el cruce de balas rojas y azules. Efraín
Forero, al que llamaban ‘El Zipa’, fue el primer vencedor. Un francés llamado
José Beyaert ganó la segunda edición y se quedó en el país para preparar
ciclistas; luego llegó desde Marinilla, un municipio del oriente antioqueño, Ramón
Hoyos Vallejo para ganarse cinco ediciones de la vuelta, entre 1953 y 1958. Fue
el primer ídolo de las carreteras.
Martín Emilio ‘Cochise’ Rodríguez fue el preferido de los años
60, se impuso en cuatro vueltas a Colombia y junto a él despuntaron nombres
como los de Rubén Darío Gómez, Roberto ‘Pajarito’ Buitrago y Javier ‘El Ñato’
Suárez. Eran años en que el país no se veía a través de la televisión, pero se
escuchaba por medio de vastos radios y grandes voces emocionadas que emicionaban a todos los que estaban atentos a lo sucedido en las
carreteras. En la década de los años 1970 Rafael Antonio Niño, un corredor que
probó fortuna en Europa, conquistó seis ediciones de la vuelta nacional, la
primera con solo 20 años. Junto a él brillaron Álvaro Pachón y Alfonso Flórez
Ortiz. Fueron ellos los primeros dueños de los recortes de prensa que
empapelaban las paredes de las tiendas de los pueblos y veredas, en donde se
hablaba de las vueltas en bicicleta mientras los pisos de tierra se tapizaban
con tapas de cerveza.
Pero la Vuelta a Colombia no era la única cita, muchos
pueblos tenían sus circuitos o una ‘’doble’’ que consistía en ir de un pueblo a
otro y regresarse. Pruebas a las que asistían cazatalentos y en las que corajudos
ciclistas pedaleaban por llegar primero a la meta y quedarse con el premio
grande: una medalla y una copa que decían era de plata, pero que en pocos días
parecía de carbón. En las ciudades, los barrios también organizaban circuitos
los fines de semana a los que la prensa nacional les daba la importancia de una
gran competencia, incluso más de la que se le da en estos tiempos a las grandes
carreras.
Otra gran prueba se sumó a la Vuelta: el Clásico RCN que
nació pequeño en 1961 y que fue creciendo con el auge de los ciclistas. Hacer
el doblete en estas carreras era lo máximo a lo que podía aspirar un corredor
colombiano.
En esas dos pruebas nacieron los primeros ídolos del
deporte de las bielas y los pedales. Ellos despejaron los caminos de la gloria
a punta de pedalazos, encima de bicicletas pesadas y cubiertos con camisetas de
gruesos algodones que se utilizaban bajo la lluvia o bajo el sol. Y todos con
una gorra que los protegía del sol, pero no de los golpes. En la visera, el
nombre patrocinador: Ferretería Reina, Caribú, Perfumería Yanneth, Relojes
Pierce, Caucho sol, Néctar, Singer o Banco Cafetero, entre otras marcas.
Fueron estos ciclistas los pioneros de un deporte en el que
nuestros representantes, hoy en día, brillan de manera natural y sin complejos.
Entre los primeros y la generación de Lucho herrera se dieron pedalazos que fueron
la antesala de los grandes triunfos en Europa:
Ramón Hoyos, Héctor Meza, Fabio León, 'El Zipa' Forero, Mario Montaño y Oscar Oyola corrieron, en 1953, la Route de Francia. José Beyaert, el ciclista francés, que había competido con los colombianos, pensó que era la hora de llegaran a Europa y los llevó. Beyaert fue el director técnico del equipo que solo resistió cuatro de las doce etapas, pero que quedó en la historia del ciclismo colombino como el primero en llegar a Paris.
El 22 de julio de 1971, Giovanni Jiménez Ocampo en
carreteras de Bélgica abrió las metas europeas. Ese jueves se corrió el Gran
Premio de Mechelen. Fueron 140 kilómetros antes de la meta a la que llegó
primero el ciclista antioqueño quien por entonces tenía 29 años y corría como
profesional en el equipo francés BIC. Jiménez ganó tras un embalaje superando
al belga Willy In’t Ven y al holandés Mat Gerrits. Fue el primer colombiano en
ganar en Europa.
‘Cochise’ Rodríguez salió de las carreteras destapadas de su
país a correr en las pistas italianas. Se coronó como nuestro primer campeón
mundial al imponerse en los 4.000 metros de persecución individual en Varesse. El antioqueño paró los relojes el 27 de agosto de 1971. Luego correría en las filas del equipo italiano
Bianchi-Campagnolo siendo el primer corredor colombiano en alcanzar la
profesionalidad. Ganó dos etapas en el Giro de Italia, en 1973 y 1975,
convirtiéndose en el primer colombiano en ganar una etapa en una de las tres
grandes vueltas: la francesa, la italiana y la española. Pero los colombianos
no lo vieron ganar a través de un televisor, ni escucharon sus triunfos por la
radio, y eso le restó latidos de emoción a esas dos primeras hazañas. El antioqueño
ganó las dos etapas, de recorrido plano, en el embalaje final. La primera se la
ganó, por tres segundos, al italiano Marino Basso, por entonces campeón del
mundo. En 1975 corrió el Tour de Francia, el primer colombiano en hacerlo.
Rafael Antonio Niño corrió para un equipo italiano, el Jolly
Ceramica con el que corrió el Giro de Italia en 1974. Antes había hecho parte
del primer equipo colombiano que incursionó en carreteras francesas, en el Tour
de L’Avenir de 1973. El ‘Niño de Cucaita’, como lo llamaban, abandonó la
carrera en la segunda etapa y su participación fue anecdótica. Abelardo Río y
Luis Hernán Díaz, los otros colombianos en competencia, quedaron noveno y décimo
en la clasificación general.
Siete años después, en 1980, un colombiano logró ganar por
primera vez una carrera en el viejo continente. Precisamente en el Tour de L’Avenir,
la prueba que había tenido que abandonar el ‘Niño de Cucaita’. Alfonso Flórez
Ortiz, bumangués él, fue el nombre que se escribió junto al de Colombia en
tierras francesas. Flórez fue el primer corredor no europeo en ganar esta
carrera hecha para aficionados. Tenía 28 años y se dio el lujo de ganarle al mejor
corredor aficionado del mundo en ese momento, el soviético Sergueï
Soukoroutchenkov que, además, llegó a Francia con el oro olímpico colgado en su
cuello.
Su victoria, dos años después, abrió las puertas a la participación de equipos colombianos en las grandes carreras del circuito europeo. Entre ellas el Tour de Francia donde él compitió.
LA GRAN AVENTURA
Así fue bautizada por la prensa colombiana la excursión de
los equipos colombianos en carreteras europeas en el año 1984. El equipo
colombiano llegó con bicicletas prestadas y uniformes no oficiales a la segunda
carrera más importante de Francia, el Dauphiné Liberé. Toda una odisea, pues en
la raya de partida se alineaban Bernard Hinault, Greg Lemond, Pascal Simon,
Phil Anderson y Stephen Roche, toda la élite del ciclismo de esos días.
Contra todo pronóstico esta carrera resultó ser la primera
conquista de un ciclista colombiano a nivel profesional en tierras del viejo
continente. Martín Ramírez, que todavía era amateur, la ganó de manera
dramática. ‘El Negro’ Ramírez hizo parte del equipo Leche La Gran Vía por el
que también corrieron Pablo Wilches, Alirio Chizabas, Armando Aristizábal,
Francisco ‘Pacho’ Rodríguez y Reynel Montoya bajo la dirección técnica de
Marcos Ravelo. Dos colombianos más que corrieron por el equipo español Teka
hicieron parte de este sueño: José Patrocinio Jiménez y Edgar ‘Condorito’
Corredor. La conquista de Ramírez pasó por las manos de ‘Pacho’ Rodríguez quien
tuvo la camiseta de líder hasta dos días antes del final. En plena etapa su
rodilla explotó y no pudo continuar. Bernard Hinault, el “Monstruo” de la época,
que era segundo en la carrera, se fue en busca de esa penúltima etapa y del
liderato. Pero Martín Ramírez, en el último premio de montaña, sorprendió a
todos lanzándose sobre el francés, pasándolo y sacándole la suficiente ventaja
para adueñarse de la camiseta de campeón. Al ‘negro’ Ramírez solo Pablo Wilches
lo pudo acompañar hasta el final de la carrera, pues el frio, la lluvia y la
nieve se sumaron a los largos recorridos, y el resto del pelotón colombiano
tuvo que abandonar la gran aventura. Lo que ninguno abandonó fue el carro de
bomberos que los esperaba en el aeropuerto El Dorado, en Bogotá, donde miles de
aficionados los recibieron como lo que fueron: héroes.
El país, en esa primera semana de junio de 1984, se convirtió
en una oreja pegada a un radio. Algunos siguen pensando, 39 años después, que
fue esta la mayor hazaña del ciclismo colombiano, y, además, lo argumentan: fue
la victoria de un equipo totalmente desconocido que, con bicicletas prestadas,
compitió con los mejores ciclistas del mundo. Todo a las puertas del Tour de
Francia, la carrera que los colombianos esperaban.
Un año antes, en 1983, la organización del Tour de Francia
aceptó que un equipo aficionado tomara parte de la carrera. Colombia aceptó la
invitación y para muchos fue una auténtica locura. Una carrera en la que los
ciclistas profesionales exigieron endurecer las etapas llanas a cambio de
aceptar a los novatos a su lado. Hasta 350 kilómetros se llegaron a correr por
etapa. Tan duro fue el trazado de aquel Tour que de los cinco equipos
aficionados invitados solo Colombia aceptó el reto.
La estrategia en el plano no les sirvió a los profesionales: cuando llegaron los pirineos, José Patrocinio Jiménez, montado en su bicicleta Vitus, destrozó el pelotón en la llegada al mítico puerto de Tourmalet, e incluso vistió la camiseta de las pepas rojas que distingue al mejor en la montaña por 17 días. Si no se logró algo más concreto, fue por pagar la novatada. El ‘Viejo Patro’ terminó comandando ese primer equipo en el Tour, el de Pilas Varta, y en el que también corrieron Alfonso Flórez Ortiz, Samuel Cabrera, Fabio Casas, Edgar ‘Condorito’ Corredor, Alfonso López, Cristóbal Pérez, Abelardo Ríos, Julio Alberto Rubiano y Rafael Tolosa; bajo la dirección de Rubén Darío Gómez, y asesorados por Martín Emilio 'Cochise' Rodríguez. Ellos fueron los primeros héroes y el único equipo aficionado en la historia de la mítica carrera. Ese equipo que corrió bajo el slogan publicitario “La conquista de Europa”, se hidrató con bocadillos veleños, herpos, manzanas y peras, se ganó el respeto del pelotón internacional asegurando su participación en el siguiente Tour. Sin duda, toda una hazaña que bien merece un apartado.
ALPE D’HUEZ
En 1984 Lucho Herrera se coronó campeón de la Vuelta a
Colombia, la numero 34 y la primera que se corrió con la categoría
"Open", lo que le permitía invitar a ciclistas profesionales, bien
fueran nacionales o extranjeros. Herrera le ganó a Pacho Rodríguez y a Fabio
Parra, un pódium que resumió parte de la gloria del ciclismo colombiano. El
pelotón belga, el francés, el portugués y el colombiano no solo vieron a
cientos de aficionados alentándolos en la dura geografía colombiana, también,
vieron a cientos de palomas de la paz dibujadas sobre piedras, árboles o en la
misma carretera. Era la Paloma del presidente Belisario Betancur que también se
vio ese año en el Clásico RCN, la prueba que también ganó, por tercera vez,
Lucho Herrera que ya era ídolo nacional.
Dos meses después de la Vuelta a Colombia Lucho Herrera se
fue en busca de su primer Tour de Francia. Los colombianos, ilusionados con su
nuevo ídolo y el equipo de Pilas Varta, prendían los radios para no perder
detalle, del Tour y del proceso de paz. Las noticias no eran alentadoras:
Herrera no figuraba, ni de cerca, en la lista de favoritos. Y, por otro lado,
las FARC y el Ejército cruzaban balas que ponían en jaque a la Paz.
Herrera corrió con el número 141, el primero de la lista colombiana en la que se anotaron, con los siguientes números consecutivos, Rafael Acevedo, Antonio ‘Tomate’ Agudelo, Samuel Cabrera, Manuel ‘Jumbo’ Cárdenas, Israel ‘Pinocho’ Corredor, Alfonso Flórez, Hernán Loaiza, Alfonso ‘Pollo’ López y Cristóbal Pérez que portó el numeral 150. Patrocinio Jiménez, ‘Pacho’ Rodríguez, Edgar ‘Condorito’ Corredor, Pablo Wilches y Martín Ramírez también corrieron aquel Tour, vistiendo la camiseta de equipos europeos. El Tour comenzó un viernes, el 29 de junio, y ese día, en que los sanjuaneros y rajaleñas le daban la bienvenida a San Pedro, los periódicos remplazaron la Paloma de la Paz por una foto de Herrera pedaleando sobre un jardín de flores. El juego de palabras del título resumió los dos anhelos del país: Lucho por la Paz.
Pero esa Paz no fue lo que precisamente encontró Herrera y el resto
del pelotón colombiano en los primeros días del Tour. Los europeos, tras lo ocurrido
en el Dauphiné Liberé, un mes antes, y tras la demostración de Patrocinio Jiménez
en el Tour anterior, no dieron un segundo de ventaja. El terreno plano resultó
demoledor para los escarabajos, y ni hablar del terrible Pavé, ese camino adoquinado
capaz de meterle miedo al más parado de los ciclistas.
Molidos, literalmente, llegaron los colombianos a los
pirineos franceses, once días después de la primera partida. Era 9 de julio y
apenas inclinarse la carretera el pelotón se partió en dos. Herrera en la punta
de carrera con los favoritos. Luego dos premios de montaña de segunda categoría
y tres escapados. Herrera se ve fuerte, pero no ataca, lo intenta dos veces,
pero órdenes técnicas lo frenan. El grupo principal alcanza a dos de los
corredores en punta, solo queda uno, el inglés Rober Millar. Faltan seis kilómetros
y Herrera se revela, salta del pelotón y hay pánico. Ni Bernard Hinault, ni Laurent
Fignon lo pueden seguir. Herrera le descuenta 4 minutos a Millar, pero no le
alcanza, el inglés cruzó primero la meta colocada en el alto de Guzet-neige. Herrera
fue segundo a 41 segundos. Un kilómetro más y quizás….
Llegó sin una gota de sudor, con todo el aire en sus
pulmones, mientras sus rivales estaban destrozados tras las siete horas de
recorrido. Fotógrafos, reporteros y auxiliares se olvidaron del ganador de la
etapa y se fueron encima del colombiano. El país lo vio a través de la televisión
abierta que transmitía en directo la última hora de cada etapa.
Herrera recuperó 91 puestos en la general y los demás ‘’Vartas’’
no se quedaron atrás. Flórez, Acevedo, ‘Pollo’, ‘Jumbo’ y hasta ‘Pinocho’
sacaron una nariz de ventaja y se llevaron el premio al mejor equipo de la
etapa. El temor a los escarabajos tenía fundamento y faltaban los Alpes, las
verdaderas montañas del Tour.
En Colombia, ante la llegada de los Alpes, los estudiantes programaron
sus “capadas” de clase, en las oficinas se instalaron radios al alcance de
todos, y en las cafeterías no hubo espacio para un tinto más. El país entró en
un verdadero cese al fuego.
Seis días después de aquella primera demostración, y con los
Alpes bajo las ruedas del pelotón, Herrera atacó nuevamente. Domingo 15 de
julio, prueba contrarreloj individual, con kilómetros planos. Durante más de
media hora los colombianos apretaron el pecho y todo lo que pudieron apretar,
Herrera marcaba el mejor tiempo de la carrera hasta que Laurent Fignon
pulverizó los cronómetros y le sacó, en la parte plana de la etapa, 25 segundos
a Herrera que había enfrentado no solo al reloj, también al viento y a la
lluvia. Otra vez faltó el centavo para el peso, pero el pueblo colombiano
estaba feliz. En Bogotá sacaron las monaretas, las banderas y hasta la paloma
de la paz para celebrar y recorrer la Séptima con el Rey Pelé en la caminata
de doña Nydia Quintero.
Al siguiente día fue la vencida. La etapa
terminaba en el temible Alpe d’huez y Herrera plantó la bandera colombiana en
los Alpes franceses. El atrevido sueño, el de un hijo de tierras colombianas
cruzando, con las manos arriba una etapa francesa, se hizo realidad. No fue
fácil, antes de llegar a la meta, Herrera tuvo que desprenderse de los dos ases
franceses: Bernard Hinault y Laurent Fignon que buscaban afanosamente coronar
para Francia, por primera vez, el Alpe d’huez. Ambos tuvieron que morder el
polvo de la derrota mientras los especialistas señalaban a Herrera como el mejor
escalador del mundo.
Un día después de la gloria, ‘Pacho’ Rodríguez coronó el temible Galibier, el pico más alto del Tour, pero el país no lo celebró. Herrera pagó el esfuerzo hecho durante 18 días y se derrumbó. No se retiró porque: “no tenía cara para volver a saludar”, dijo en televisión. Lloraron todos. Herrera pasó de la gloria al sufrimiento, los radios se apagaron y en el monte, y en las calles, se volvieron a cruzar las balas.
DESPÚES
En 1985 los escarabajos volvieron al Tour y los ojos del ciclismo fijaron
sus miradas en ellos, pero sobretodo en Lucho Herrera que no decepcionó y ganó dos etapas, una de ellas
con aires de tragedia al caerse y levantarse para llegar, con su cara ensangrentada a la meta. Esa imagen, la del héroe teñido de rojo dio la vuelta al
mundo. Herrera se ganó en ese tour la camiseta de las pepas rojas que
representa al mejor en la montaña. Fabio Parra, de Sogamoso, se quedó con la
camiseta blanca, la del mejor novato y con una etapa en la que cruzó primero, seguido por Herrera. El país enloqueció nuevamente, en solo cuatro días sus
escarabajos se adueñaron de tres etapas francesas.
Ese mismo año y en la Vuelta a España Pacho Rodríguez, el
mismo que había perdido el Dauphiné Liberé faltando dos etapas, nuevamente era
marcado por la mala fortuna y perdía la vuelta a España por los segundos
perdidos en varias caídas. Quedó tercero y su nombre se anotó como el del primer colombiano en subir al podium de una gran vuelta. Esa prueba dejó otro momento histórico para el ciclismo Colombiano: José ‘Tomate’ Agudelo ganó por primera vez una etapa para el país en la Vuelta Ibérica.
LA VUELTA A ESPAÑA, LA PRIMERA GRAN CARRERA
Seria Lucho Herrera el encargado de tomar la revancha por ‘Pacho’
Rodríguez en la vuelta española. En 1987 Herrera ganó la primera gran carrera
para nuestro país. La camiseta roja que distingue al mejor de la vuelta a
España fue para él. Los que lo vieron y
lo escucharon, nunca olvidarán el nombre de Lagos de Covadonga, el lugar donde
Herrera se hizo amo de la vuelta Ibérica. Corría por el equipo con el nombre
más recordado por los colombianos: Café de Colombia y que era dirigido por
Rafael Antonio Niño, el mismo que años atrás había ganado seis vueltas a
Colombia. Otro equipo colombiano, el de Postobón, también hizo parte de aquella
carrera y raro era el día en esta edición de la vuelta a España en que un
colombiano no fuera protagonista, incluso el mismo ‘Pacho’ se reveló a su
destino y ganó una etapa. Omar ‘El Zorro Hernández’ y Carlos Emiro Gutiérrez
también ganaron etapa.
‘Lucho’ o el ‘jardinerito de Fusagasugá’, fueron los dos
remoquetes más nombrados en aquellos años, los de Luis Alberto Herrera que logró
la camiseta de la montaña en las tres principales carreras. Dos en El Tour de
Francia, dos en la Vuelta España y una en el Giro de Italia. Sin duda el Rey de
la Montaña. También sumó dos Dauphiné Liberé, la misma carrera que perdió ‘Pacho’
y que ganó Martín. Fue en 1988 y 1991.
Pero Herrera no estaba solo, a su lado Fabio Parra ayudó a
escribir la historia de la dorada década de los 80 para el ciclismo colombiano.
Parra fue tercero en el Tour de Francia y segundo en la Vuelta a España.
Lugares discutidos a su favor si tenemos en cuenta que luego se comprobaría el
caso de doping en los dos corredores que lo precedieron en la carrera francesa.
El caso de la vuelta ibérica fue distinto. Parra alcanzó a ser líder en la
penúltima etapa en la que se escapó y le tomó gran ventaja a Pedro Delgado
quien era líder. Pero inexplicablemente varios corredores europeos ayudaron
a Delgado a darle cacería a Parra. Al final el colombiano perdió la carrera por
35 segundos. El mundo ciclístico repudió la falta de juego limpio de los
corredores europeos en aquella vuelta. Para entonces, Parra corría en el equipo
español kelme, lo que, de paso, dio inicio al desmembramiento del gran Café de
Colombia.
Tras la retirada de estos ciclistas no hubo un relevo rápido
y a tan solo dos años de las grandes hazañas Colombia no pudo volver a mandar
un equipo a estas competencias. Pero no solo fue la falta de relevo, pues este quedó
determinado por los ciclistas europeos que cambiaron su forma de afrontar las
competencias, y los organizadores de las mismas cambiaron los trazados
restándole protagonismo a las montañas.
El dopaje se hizo presente en el
ciclismo. Hasta hace poco tiempo se comprobó que muchos de los ciclistas que
figuraron en las carreras europeas tras el decaimiento del ciclismo colombiano,
utilizaron sustancias que elevaban los glóbulos rojos en forma similar a la de
los ciclistas de nuestro país. Esto les permitía responder mejor cuando
aparecían las cimas.
Acabando los años 90 y empezando el nuevo siglo aparecieron Santiago Botero, Oliverio Rincón, Nelson Rodríguez, Chepe González, Félix Cárdenas y Mauricio Soler, por citar solo a los colombianos que ganaron etapas en la carrera francesa en esas dos décadas. Pocas victorias, pensaron algunos, en más de 20 años, sin tener en cuenta las condiciones anteriormente reseñadas. Incluso Botero recuperó para Colombia la camiseta de las pepas rojas. Pero ninguno de estos solitarios triunfos alcanzó las emociones de la década de los años 1980. Además, la selección colombiana de fútbol empezó a mostrar su mejor cara logrando clasificar a tres mundiales de manera consecutiva. Las ruedas, ancladas durante tres décadas en los corazones colombianos, fueron desplazadas por un balón.
EL NUEVO SIGLO
Hoy los ciclistas colombianos nuevamente hacen parte de la élite
mundial. Entre el 2013 y el 2019, dos escarabajos devolvieron el tiempo a los
días gloriosos del ciclismo colombiano en Europa: Nairo Quintana y Egan Bernal.
La historia, por reciente, está en nuestra mente. Un Giro de Italia y una
Vuelta a España para Nairo y El Tour de Francia y el Giro para Egan que cumplió el sueño de todos sus precursores. Y junto a ellos una
camada de corredores repartidos en los mejores equipos del mundo. Los días en
que parecía imposible ganar una etapa en Europa quedaron atrás, ahora se ganan
las carreras, pero, por increíble que parezca, el ciclismo en el país no se ha
vuelto a vivir de la manera de aquellos años maravillosos de 1980.
Varios son los motivos: después de Café de Colombia y
Postobón, ningún equipo volvió a mostrar los colores de Colombia en las tres
principales carreras del mundo ciclístico. Por otro lado, la vuelta a Colombia,
(la que se seguía, desde las lomas, o a la orilla de alguna carretera), perdió
el interés al no contar con los ídolos actuales, los que la afición ve triunfar
en Europa. El pelotón se hace desconocido y los aficionados se habían
acostumbrado a ver a sus escarabajos, como a Herrera y Parra que además
competían con equipos extranjeros. Los costos que implicaba todo lo anterior no
se pudieron sostener.
Historia parecida le ocurre al clásico RCN, la segunda
prueba importante del país y que alguna vez coronó campeón a Martín Emilio ‘Cochise’
Rodríguez, a Fabio Parra, a ‘Pacho’ Rodríguez, a Lucho Herrera o a Rafael
Antonio Niño. Y que trajo a la competencia a varios equipos europeos como el Peugeot-Shell-Michelin,
Renault-Elf-Gitane, SEM-France Loire, La Vie Claire, Zor y Reynolds. Desde las
lomas y compitiendo por la clásica radial, se vio pasar a Pascal Simon, Laurent
Fignon, Bernard Hinault o Sean Kelly, entre otros.
Tal vez, pocos aficionados apasionados quedan y los que hay, solo esperan la noticia del triunfo. O tal vez, el ciclismo, en estos tiempos en que muchos ya tienen una bicicleta, ya no valoran las hazañas como las de aquellos años de caminos empolvados y de radio en la mano para poder escuchar e imaginarse una carrera, la que contaban Carlos Eduardo Rueda, Julio Arrastria, Héctor Urrego o Rubén Darío Arcila. Mucho ha cambiado en la manera de sentir el ciclismo que alguna vez fue el deporte nacional. El paso de los ciclistas ya no es una fiesta, un hilo de aplausos en plena carretera.
La que no cambia, es la
guerra ni la rentable Paloma de la Paz.
*Reservados todos los derechos. De acuerdo con las disposiciones vigentes sobre propiedad intelectual, podrán citarse fragmentos de este blog, caso en el cual deberá indicarse la fuente y los nombres de los autores de la obra respectiva, siempre y cuando tales citas se hagan conforme a los usos honrados y en una medida justificada por el fin que se persiga, de tal manera que con ello no se efectúe una reproducción no autorizada de la obra citada
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