Agentes Alfabetizadores

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Entre los años 1945 y 1957, en Colombia, la educación de enseñanza Primaria comenzó a expandirse. El gobierno, que no contaba con el recurso disponible para atender la nueva demanda escolar en el campo, acudió a la Policía para que contribuyera en este campo. Desde 1937, la Escuela General Francisco de Paula Santander, en Bogotá, transformó el nivel educativo de los uniformados por lo que se decidió que ellos compartieran sus conocimientos con los estudiantes de los sitios alejados de la ciudad.

Por D.C.D.

Fueron conocidos como Agentes Alfabetizadores.  Además de asumir sus retos policiales dedicaron parte de su tiempo a dar clases en escuelas de vereda, a donde no llegaban los profesores de la ciudad, como lo expresó Aline Helg -investigadora que recorrió Latinoamérica- en su libro La educación en Colombia: “Ya para los años 50, el país comenzaba a movilizarse hacia cambios estructurales en sus bases. Las diferencias entre la escuela rural y la escuela urbana eran grandes, los docentes no se sentían atraídos por trabajar en el campo, apartados de la civilización con sueldos bajos. Las condiciones de enseñanza dependían, en parte, de la riqueza del municipio”.

Así, los miembros de la Policía se pusieron en la labor de impartir sus conocimientos. Lo hacían en salones que, la mayoría, no se distinguían de las habitaciones típicas de las regiones, construidas con armaduras de guadua y cubiertas de paja; algunas con una puerta y la mayoría sin ella. Otras escuelas disponían de dos habitaciones: una para las clases y la otra servía de alojamiento al maestro, pero en la mayoría de los casos la misma pieza tenía los dos usos, como también lo anotó Aline Helg.

 

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En 1950 la legislación ratificó las diferencias entre escuela urbana y escuela rural, alejando lo que para muchos era el ideal de una escuela única. De ahí en adelante, la mayoría de las escuelas rurales serían alternas: un día para los varones, un día para las mujeres; otras fueron para niñas y otras para niños; algunas con dos años de estudio y otras con cuatro. Menos tiempo en el que los niños del campo solo recibieron una condensación del programa de la escuela urbana.  Y todo en medio del periodo conocido como el de La Violencia, que amenazaba el progreso económico del país.

El presidente Gustavo Rojas Pinilla utilizó sistemáticamente a las misiones extranjeras para buscar una solución a los problemas de la educación colombiana, lo que fue considerado como la causa principal de esa Violencia según Alberto Lleras Camargo y otros, lo que conllevó a que, en 1958, por referéndum, se destinara el 10% como porcentaje mínimo del presupuesto nacional para educación. Pero como ya anotamos, la enseñanza que se recibía en las veredas era una porción de la que se enseñaba en las ciudades y, además, alejada y desconocedora de la vida en el campo.

Al finalizar la década de los años 1950, un sacerdote católico, José Joaquín Salcedo Guarín, revolucionó la educación en las veredas a través de las trasmisiones de las Escuelas Radiofónicas desde el Valle de Tenza; acercó a los campesinos a la educación básica escolar y les enseñó a ponerla en práctica con sus labores en el campo. Pero esa es otra historia que merece ser contada con amplitud, a pesar de que no duró lo que merecía perdurar.


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