Y el tiempo se detuvo…

20:04

 




Durante nueve meses, los enamorados que se solían citar frente a la iglesia San Francisco, en el centro de Bogotá, no encontraron el entonces reloj más grande de la ciudad para saber la hora de sus encuentros.

Por D.C.D

El 24 de junio de 1975, el reloj de la iglesia San Francisco regresó a su sitio. Al medio día de ese martes, decenas de bogotanos se pararon frente a la iglesia por tres horas consecutivas para observar la izada del pesado reloj que había vuelto a su tradicional lugar a marcar nuevamente la marcha del tiempo. 

Los curiosos se aglutinaron frente al atrio del antiguo templo minutos después que los técnicos sacaron el gigantesco tablero de 2.5 metros de diámetro y a punto estuvieron de sufrir una tortícolis de tanto mirar hacia arriba mientras izaban el reloj hasta la cúpula. 

Durante nueve meses, el ‘Bornan’ alemán de tablero de porcelana permaneció en los talleres de Eduardo Rojas Zapata y Luis Eduardo Yanke, quiénes durante esos meses dedicaron 10 de las 24 horas del día al ajuste de la máquina que unos meses atrás había comenzado a retrasar sus horas, razón por la cual muchos de los curiosos que se dieron cita esa mañana en la Jiménez con Séptima comentaban, entre risas, que por culpa de la mala hora marcada por el gigantesco reloj perdieron citas y posibles amores al no coincidir el tiempo marcado en lo alto de la cúpula con el de sus relojes de mano. 

Y es que como dijo Gabriel García Márquez en su autografía Vivir para contralo, las horas marcadas en la cúpula de San Francisco servían para ajustar los relojes de mano: "Los hombres se detenían en la calle o interrumpían la charla en el café para ajustar los relojes con la hora oficial de la iglesia".

Enamorados y comerciantes, tenían como única referencia del tiempo el que les indicaba las manecillas fijadas en lo alto de la torre de la iglesia de San Francisco. Tanto que olvidaban que desde el siete de diciembre de 1969, el vecino edificio del diario El Tiempo marcaba el propio con un "artilugio electrónico": su reloj de bombillos, como lo llamaron por mucho tiempo.


Descubrimientos

La bajada del reloj no solo sirvió para volver a marcarle la hora a todos, también para descubrir detalles del aparato que no se sabían. Por ejemplo, sobre una inscripción grabada en la campana mayor del delicado sistema donde se lee: Este reloj con campana es donado para la iglesia de San Francisco por el Fray Nepomuceno A. Ramos y el Fray Rafael Almanza. Marzo 19 de 1896. La leyenda estaba cubierta por una gruesa capa de pasta que a su vez estaba tapada por el polvo.

Durante los nueve meses del reloj de San Francisco en tierra, se aprovechó para tomar su verdadera dimensión: el minutero marcó en las escalas una longitud de 1. 18 metros y el horario 1.05 metros. Ambos tuvieron que pasar por pintura al mate y al fuego. En esta labor colaboraron Saulo Glottmann, Gustavo Rodríguez y Ramiro Corrales quienes luego, en los talleres de Icasa, trabajaron en la pintura, esmalte y porcelanización del tablero y los punteros. También en la insignia de la Orden Franciscana (la mano de cristo y la de San Francisco) dibujadas en el centro del tablero. 

Una escalera dispuesta por el cuerpo de Bomberos se tuvo que quedar recostada en la torre de la iglesia sin poder ser utilizada, ya que está solo soportaba un peso no mayor a 87 kg y el tablero pesó 20 arrobas. Y mientras veían subir el reloj, los curiosos hablaban del Tour de Francia que por primera vez tendría a un colombiano, al día siguiente, en la fila de salida: Martín Emilio ‘Cochise’ Rodríguez a quien otros relojes, al otro lado del Atlántico, le iban a medir el tiempo.

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En el año 2008, en la torre de la iglesia San Francisco, el tiempo nuevamente se detuvo. Esta vez para siempre...

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